Desde el momento fundacional de la teoría política moderna, Hobbes y Locke, hasta gran parte del discurso liberal actual, con figuras como Hayek y Nozick, los filósofos han adquirido la mala costumbre de deslizar premisas empíricas para apoyar sus argumentos normativos, haciéndolas pasar desapercibidas e invitando a los lectores a aceptarlas sin cuestionamiento. De ahí surgen una serie de «mitos prehistóricos» muy arraigados en nuestro acervo cultural que, precisamente por ello, son difíciles de reconocer y, mucho más, de desmontar.
Confundir así los mitos con la realidad, la especulación con los hechos, tiene el efecto nocivo de oscurecer nuestra capacidad de identificar las creencias con las que justificamos las estructuras de poder y los onerosos deberes ciudadanos de la actualidad. Tanto es así que en los últimos años se ha desarrollado todo un género cuyo objeto es enfrentar esa mitología con la evidencia científica aportada por la antropología y la arqueología. En esta línea se han publicado recientemente trabajos de enorme importancia de autores como David Graeber y David Wengrow, James C. Scott, Guy Standing o Yuval Harari.
Prehistoria de la propiedad privada arremete contra algunos de estos mitos prehistóricos que se utilizan para justificar la desigualdad económica. Fundamentalmente contra la idea de que la propiedad privada es «natural» y que su origen se remonta al de nuestra especie. De ahí la tradición «propietarista» ha derivado tres creencias centrales: que la desigualdad es inevitable, que la igualdad es incompatible con la libertad y que la propiedad privada viene acompañada de un principio ético inviolable que impide o limita el poder colectivo para gravarla, regularla o redistribuirla.