Un día en que, como de costumbre, lleva los cerdos a comer bellotas a través del robledal, un joven campesino ve una carroza que se detiene en el camino. Una muchacha muy ataviada baja de ella y se remanga la falda hasta arriba ante la mirada estupefacta del niño, escondido entre los helechos.
Esta aparición deslumbrante, la carne blanca y los encajes, el poder que tienen los poderosos de disfrutar con arrogancia del lujo y la belleza, va a querer hacerlos suyos.
Alejado de su condición, permanecerá durante veinte años al servicio del pintor Claudio de Lorena. Pero la pintura no sabrá hacerlo príncipe y colmar sus esperanzas.