Esta mordaz y distópica sátira de escalofriante actualidad, en cuya denuncia de la corrupción no escasean las alusiones a elecciones amañadas, viejos camaradas caídos en desgracia y torturados (por su propia desdicha –y por terceros–), aspirantes al trono del Kremlin, periodistas asesinados, disidentes encarcelados, miles de millones en comisiones, etc., acaso pueda antojarse tanto o más hiperrealista y verosímil que cualquier obra rusa del género que ose versar, siquiera tangencialmente, sobre tan delicada materia –por no haber sufrido el impío azote (con frecuencia literal) de la censura que se gasta en la estepa–.
A la manera de Orwell en la granja revolucionaria, la dacha –en un ominoso y no muy distante futuro– se nos revela como un revuelto retablo costumbrista en cuyo microcosmos se da cuenta de todos los males que afligen a la Rusia actual. Honig disecciona y pone de relieve la grotesca realidad que subyuga a sus habitantes en una época siniestramente cercana en la que todo individuo honesto, piadoso y altruista es considerado un cobarde pusilánime y los advenedizos emprendedores, convertidos ya en oligarcas, devienen objeto de culto y son venerados por su arrojo sin escrúpulos.