En los ochenta y un relatos breves y microrrelatos que integran El hombre del espejo, Julia Otxoa ejerce la escritura como un acto de responsabilidad. Su mirada vertida sobre la realidad circundante le devuelve un mundo a menudo incomprensible, por su violencia, su injusticia, su crueldad, su mentira, su insolidaridad o su desigualdad. Es tal la perplejidad que una aproximación realista se torna insuficiente, y la realidad aparece teñida de lo absurdo, lo surrealista, lo extraño, lo maravilloso, lo fantástico o lo distópico.
El volumen da cuenta de horrores políticos y sociales con el empleo de diversos recursos: combinatorias de una misma anécdota; la predisposición a concebir la realidad de manera esponjosa, porosa y permeable a la filtración de lo insólito; bellas imágenes visuales; objetos extraordinarios; seres y hechos prodigiosos; guiños intertextuales; lenguaje metafórico; y numerosas interpelaciones, porque eso es, en definitiva, este libro, literatura que nos interpela.
Lo excepcional y extraño por insólito que recorre El hombre del espejo no se presenta desde la sorpresa o la imposibilidad, sino como parte integral de lo real. Es al mismo tiempo un modo, un código de lectura, pues, en la obra de Julia Otxoa, lo fabuloso, lo fantástico y la maravilla descodifican la realidad, la traducen y, en cierto modo, ayudan a penetrarla con la clara intención de discutirla.
Raquel Velázquez Velázquez