Tercer volumen de una serie titulada mis historias de cine, en la que trato de ajustar cuentas con obras cinematográficas que, de una u otra manera, han sido importantes a la hora de forjar mi peculiar manera de relacionarme con el cine. A estas alturas del recorrido me parece adecuado hacer un poco más explícita mi manera de entender el arte del cinematógrafo. Como el asiduo lector, si existe, ya habrá percibido que para mí el cine está conformado por las películas que lo componen. De ahí la estrategia de aproximación a las películas elegidas: cada obra en la que merece la pena detenerse es un objeto singular que debe ser estudiado en su radical individualidad. Para controlar esa multiplicidad de niveles aplico una política de círculos concéntricos cada vez más estrechos y debidamente conectados entre sí para poder abordarla.