Hay en los relatos de este libro una melancolía que se respira en cada escena. Una melancolía limpia, que llega a nosotros con frases como el olor del pan de mi tierra, con la añoranza en el exilio, con aquel sabor de las rosquillas de anís, con la ternura y a veces tristeza con la que nos llegan los recuerdos. Una melancolía reconfortante a veces, la de la adolescencia y la infancia, la de las amistades juveniles y los primeros amores. Y también la que llega con la nostalgia del pasado, de la casa donde crecimos, de los padres ahora ya mayores, del tiempo que pasa.
Parades siempre ha demostrado un especial interés por el universo de la mujer, por adentrarse en su sensibilidad, en su percepción de la realidad y de los afectos, en su compromiso vital cotidiano. Y todo eso aparece también en este libro, este libro cuya literatura se nutre precisamente de eso, de lo cotidiano, lleno de detalles, imágenes, destellos en la niebla de los días que consiguen hacerse un hueco en la memoria del lector.