Publicamos, por primera vez en formato libro, uno de los resportajes de no ficción más célebres del periodismo español: "Los otros" de Ignacio Carral.«Mucho recordamos a Chaves Nogales y poco o nada a Ignacio Carral». Elena Cabrera.
«Un redactor va a contar a los lectores la historia de su vida durante un mes entre mengidos y ladrones». Así anunciaba el semanario Estampa el reportaje que publicó en ocho entregas -entre el 21 de enero y 11 de marzo de 1930- el reportaje de Ignacio Carral sobre la vida en el Madrid más desfavorecido y peligroso: «Los otros existen, viven, forman una de las capas ciudadanas. Los otros son los miserables, los desarrapados, los que merodean al margen de la ley: mendigos, carteristas, chorizos, vagos, gentes de extramuros, de suburbios, de arrabal.¿Cómo viven, qué dicen, qué sienten los otros?». Y en este sentido Ignacio Carral pronto se pregunta: Pero ¿quiénes son los otros? Y responde: «Es una cuestión de punto de vista».
Los textos que componen Los otros, ilustrados con los magníficos dibujos de uno de los mejores dibujantes de la época, Francisco Rivero Gil, que lo acompañó en esta aventura, anticipan lo que décadas después se conocerá como Nuevo Periodismo, que equivale a contar la realidad como si fuera una novela, el llamado periodismo gonzo. Reportajes vividos como los que publicaron Ignacio Carral, infiltrado entre las personas más marginales, desmienten que el Nuevo Periodismo lo inventaran Truman Capote o Tom Wolfe.
Carral es ágil, directo, contundente, rotundo, moderno. Con un estilo narrativo preciso y eficaz, nada que envidiar al de Chaves Nogales, cuenta los apuros que vivió con su compañero Francisco Rivero Gil para asegurarse la subsistencia en un medio peligroso, sin apenas dinero en el bolsillo, malcomiendo, durmiendo en asilos para mendigos o en la propia calle, bajo los arcos del Puente de Toledo, junto al Manzanares, e implorando el céntimo, mostrando con maestría el Madrid más oscuro y picaresco, tan alejado del casticismo tradicional. La vivencia le permitió dar veracidad al trabajo, pues en el papel volcó sus sensaciones, sus angustias, sus incertidumbres.
En un momento dado, Carral y Rivero se detienen ante un espejo, y el escritor apenas se reconoce: «¿Mi imagen? ¿Es esta mi imagen, al cabo de ocho días de esta vida, sin haber pasado aún los grandes rigores del frío y del hambre, que seguramente me esperan en los días sucesivos? [?]. Luego miro a Rivero [?]. También roto y sucio. Y, sin saber por qué, me ha invadido una angustia infinita que me oprime el corazón?».