La primera novela de Matayoshi es una fruta madura, alucinada y obscena. Un cuadrilátero donde nuestras ambiciones copulan con las limitaciones de nuestro cuerpo. Sin conformarse con lo extraordinario, su imaginación radioactiva siempre da otro salto hacia la belleza, en un territorio habitado por dioses, máquinas y fósiles vivos que siguen con nosotros, incluso después de cerrar el libro.