El cine, como el tiempo, se ha salido de sus goznes. Se desplaza y se despliega más allá del dispositivo clásico de proyección: es un flujo en la red; es cine de exposición; es cine expandido. El cine, tal como lo conocimos, ha salido del cine. De la mano de Érik Bullot, la lectura lineal de su historia se fractura y se astilla; con el polvo de plata resultante, se dibuja, a contracorriente, un jardín de senderos que se bifurcan, se entrelazan y alumbran chispas imprevistas. Para Érik Bullot, el cine es aún una promesa: la promesa de devenir arte.. Bullot abandona la teleología y ausculta ese devenir artístico en sus utopías y presagios, sus amnesias y sus síntomas, sus curvas y sus retrocesos. En estas páginas, se sigue el rastro y el fulgor de un filme perdido de Georges Méliès y Hans Richter; Jean Epstein lee a Maya Deren; la vanguardia se gesta, se clausura y retorna a ambos lados del Atlántico; el cine de autor es un proyecto inconcluso y se prolonga en el arte contemporáneo, mientras Godard incendia una fila de vehículos en una película-clivaje (Week-end); Joseph Cornell hace cine en cajas, porque