«No es extraño que la cacerolada y la licencia carnavalesca para escarnecer también pudieran volverse contra las autoridades políticas, y con el cambio de composición social y de edad de las abadías urbanas a veces así ocurría. Aquellos jueces de mal gobierno, aquella compañía de príncipes, patriarcas y obispos, eran más dados que el joven abad de pueblo a dirigir sus dardos contra los poderosos. Lo que se criticaba no era el desorden doméstico de las familias gobernantes, sino más bien su mal gobierno político. Y este era un cauce importante para las críticas en aquellas ciudades oligárquicas, donde incluso los artesanos y mercaderes acomodados tenían pocas oportunidades (suponiendo que tuvieran alguna) de tomar decisiones políticas».
N.Z. Davis
«Estimada Mrs. Davis:
Disculpe la brevedad mi carta. La suya es uno de los documentos más interesantes que he recibido de un colega historiador y me llevará algún tiempo asimilar todas sus observaciones y profundizar en una o dos de ellas a través de una segunda lectura.»
E.P. Thompson, carta a Natalie Z. Davis, 29 de abril de 1970