Rubén Darío (1867-1916) se sabía de memoria la poesía que se escribiría en castellano a lo largo del siglo XX. Aunque él falleciera al principio de esa centuria, todo lo que vino después en España, Argentina, Chile, su Nicaragua natal, Uruguay, México y resto de países hispa-noamericanos había sido anticipado por él. Porque se probó en innumerables formas y estilos, porque renovó la versificación en nuestra lengua, porque se inventó o casi el poema en prosa, y porque consiguió que Quevedo y Gonzalo de Berceo conversaran con Verlaine y Rostand de lunas, cisnes, ruiseñores, el otoño o lo fatal. Él, que se sentía simultáneamente muy anti-guo y muy moderno (o muy modernista, por aplicarle la etiqueta que la historia de la literatura le reserva), fue más que eso: el constructor de un puente firme por el que la poesía del pasado y la del futuro podían visitarse, interrogarse, contagiarse. Esta edición crítica, coordinada por Ricardo de la Fuente Ballesteros y Francisco Estévez, pone por vez primera a disposición de los lectores los libros poéticos completos de este irrepetible poeta universal.