El cine, a lo largo de su historia, se ha visto fascinado por el viejo arte del teatro, pero es a principios del nuevo siglo cuando parece haberse incrementado. Así lo demuestra la presencia en las carteleras de un número considerable de películas en las que la teatralidad se muestra en sus más diversas manifestaciones. Entre estas hay cintas que retoman como base textos teatrales previos, no solo limitándose a una traslación más o menos literal de los mismos, sino tomándolos como base para un ejercicio de reescritura personal; pero también están las que el tratamiento teatral de un texto no destinado a la escena se utiliza como procedimiento para una lectura irónica del mismo; o aquellas que asumen deliberadamente las limitaciones espaciotemporales del teatro para conferir una importancia protagonística al diálogo y a la interpretación de los actores. Encontramos, pues, en la producción de los últimos años, ejemplos de todas las manifestaciones posibles de teatralidad en la pantalla y que pueden resumirse en tres modalidades: el predominio de la puesta en escena (la frontalidad de la cámara, el plano fijo, el plano secuencia) sobre la planificación y el montaje; la importancia de la palabra frente a la acción y la imagen, vinculada a las limitaciones espaciotemporales; y, en tercer lugar, la tematización del teatro dentro del cine, convirtiendo el mundo de aquel y los personajes a él vinculados en núcleo de la acción.