Se diría que en los últimos tiempos, y en sintonía con una evidente inflexión en el clima filosófico general o, cuanto menos, en algunas de sus vanguardias, la figura y la obra de Manuel Sacristán (1925-1985) suscita una atención impensable en los ochenta y noventa del pasado siglo, hasta que comenzaron a estar realmente disponibles sus escritos y, con ellos, las bien razonadas y fundamentadas llamadas de atención sobre los diferentes aspectos de su legado por parte de sus discípulos más próximos.