Era hija de Príamo y
Hécuba. Apolo se enamoró de ella y le concedió el don de la profecía pero, al
ser rechazado, se vengó disponiendo que nunca le creyeran. Casandra anunció
la caída de Troya, pero los troyanos se burlaron de ella. Sobre este mito, la
autora construye una apasionante analogía entre los hechos narrados en la
Ilíada y el tenso período de guerra fría del siglo XX. La profetisa no desea
ser simplemente la portavoz de Dios, anhela ante todo el conocimiento y la
autoconciencia. Desde la cesta de mimbre en la que está encerrada (metáfora
de la situación de la mujer en la sociedad patriarcal), vaticina la ruina, es
decir, la destrucción de la cultura.