El camino de J.M.G.
Le Clézio va de la locura a la escritura, de la escucha de sí mismo a la del
mundo, del torbellino de la palabra al tiempo del relato. El atestado hurgaba
en las fisuras de la lengua de la tribu y con ello en los fundamentos de la
individualidad. Admirador de Lautréamont, Artaud, Rimbaud, Michaux, la
violenta originalidad de sus primeros libros estaba en sintonía con los
abordajes del nouveau roman, de Nathalie Sarraute, con los sucesos del mayo
francés. Pero en pleno estallido de la revuelta Le Clézio se internaba a
solas en la selva, y entraba en contacto con las culturas originarias de
México y Panamá: comenzaba su radical viraje hacia las cosas. Urania es uno
de sus libros que mejor lo sintetizan. El geógrafo francés Daniel Sillitoe
remonta las fuentes del Tepalcatepec. Descubrimiento de sí mismo,
desencantada visita a los estertores finales del discurso revolucionario en
Centroamérica, incursión en la vida real de personas reales en una época de
multiculturalismo en la que todos son, como el visitante, extranjeros. Entre
el viaje de iniciación y la huída, entre las ilusiones perdidas y el retorno
crepuscular, el impulso utópico en sí mismo preserva su esencial
nobleza.