En Mercancía del horror, Jaime Gonzalo sismografía minuciosamente y de forma pionera el impacto del fascismo sobre la cultura popular, la literatura, el arte, la moda, la magia, la religión, el cine, el cómic, la música y especialmente el rock, donde este polo del totalitarismo encontró un fértil campo de regadío para su psicología de masas: estrellas como David Bowie y géneros enteros como el punk, la música industrial o el hardcore se dejaron seducir por su semiótica, de la que brotaba en ocasiones un articulado discurso, generador de una contra-contracultura.