En estas páginas catorce personas escriben acerca de la locura, de los criterios de internamiento, de cómo actúan las instituciones, de cómo han resuelto su enfermedad y, también, de cómo sobrellevan la enfermedad del «otro». Pero lo que realmente distingue este libro de otros textos es que aquí se aborda el tema desde tres perspectivas: profesionales, pacientes y entorno (familia, pareja). Distintas miradas, diferentes trastornos pero una lectura atenta encontrará temas comunes entre todas ellas. En primer lugar, que la línea divisoria entre locura y cordura es arbitraria y, en segundo lugar que, a diferencia de otras enfermedades, presentarse socialmente como esquizofrénico, bipolar, deprimido, etc., suele provocar rechazo e incomprensión. ¿Por qué? ¿Qué clase de estereotipos se establecen en el imaginario colectivo acerca de la locura? Una de las mejores respuestas la encontramos en la literatura. Así, Hamlet (acto 5, escena segunda) pide disculpas al Rey argumentando «pues que si Hamlet está fuera de sí, y, no siendo el mismo ofende a Laertes, no es Hamlet quien tal hace; Hamlet lo reprocha. ¿Quién lo hace pues? Su demencia; y si ello es así, Hamlet pertenece a la parte ofendida siendo su locura el enemigo del propio Hamlet». Excelente texto, entre otras razones porque vincula de forma ambivalente locura con inconsciencia y falta de responsabilidad. En vez de entender la locura como una ATP (Alteración Transitoria de la Percepción), se asocia a una enfermedad crónica, irreversible e, incluso, peligrosa. Ahora bien, la realidad es tozuda y nos demuestra una vez más que un número creciente de personas con trastornos mentales logran reinsertarse laboralmente, son capaces de establecer vínculos emocionales y de emprender relaciones grupales porque son, sobre todo, conscientes de sus limitaciones y capacidades. Esa conciencia les sitúa muy por encima de lo que algunos han dado en llamar «cordura».