Antes de ser elevada por el cine a uno de los puestos privilegiados del imaginario del siglo xx, la leyenda del vampiro que prolonga su existencia a costa de la sangre de sus víctimas tuvo que alcanzar una formulación literaria que aglutinara el cúmulo de elementos dispersos de la leyenda y la imaginación popular, así como sus propios precedentes literarios. Sirviéndose de recursos narrativos que parecen preservar a la obra (como la sangre a su protagonista) del paso del tiempo, el irlandés BRAM STOKER (1847-1912) supo sintetizar en DRÁCULA (1897) de forma inigualable varias de las más profundas pulsiones del ser humano -la vida, la muerte, la sexualidad- en sus más diversas y ambiguas manifestaciones -el bien y el mal, la luz y las tinieblas, la entrega no deseada pero irresistible-, para alumbrar este relato fascinante que es ya un clásico indiscutible de la literatura de terror.