Los bastardos tratan de financiar su propio grupo terrorista y, para conseguirlo, nada mejor que raptar a Pilarín, la hija oronda de una ministra por la que pedir un rescate o, a malas, alojar una bala en su rubio y repeinado cráneo. Buenas noticias para Palop, en todo caso. La Agencia, donde trabajó y de donde salió a su manera hace unos años, vuelve a confiar en él para hacer el trabajo sucio. El que nadie quiere hacer. El que apesta. Ese que no sale en los periódicos, ni en el BOE, ni en las lápidas de los que caen haciéndolo. Bien remunerado, muy arriesgado y descarnadamente implacable: este juego se rige por sus propias normas y Palop sabe qué cartas jugar para que a Pilarín no le pase nada y que los hijos de perra de sus raptores acaben bajo tierra, pasto de los gusanos.