Lo primero en la vida es ser genuinamente individuales y todo lo demás parece secundario, incluso ser felices o virtuosos. Pero el hombre, que es consciente de su dignidad incondicional, conoce al mismo tiempo el indigno destino que como individuo le está reservado: la muerte. La pregunta por la esperanza en una continuidad de lo humano más allá de la destrucción de la muerte es, pues, completamente natural. De hecho, desde Platón a Kant la tradición filosófica consagró un tratado específico a la inmortalidad del alma, pero a partir del siglo XIX se desentendió de la posibilidad de una supervivencia personal. Este libro recupera para la filosofía la cuestión de la esperanza. Como ha llegado a nosotros envuelta en un universo simbólico que la convierte en inasumible para la conciencia moderna, el libro emprende la tarea de "civilizar el infinito" a fin de hacer creíble la hipótesis de una tal supervivencia, entendida no como inmortalidad del alma sino como mortalidad prorrogada. Después, medita filosóficamente sobre el precedente canónico en Occidente de una prórroga de esa naturaleza, el profeta de Galilea, muerto y resucitado según sus seguidores y a quien éstos, además, recordaron como un modelo de ejemplaridad perfecta. La ejemplaridad, que fue el hilo conductor de la trilogía de la experiencia -Imitación y experiencia, Aquiles en el gineceo y Ejemplaridad pública-, lo es también, por consiguiente, de este libro sobre la esperanza, última entrega de un vasto ensayo filosófico, desarrollado por su autor durante más de tres décadas, que interroga cómo llegar a ser individual en este mundo y, a la vez, cómo esperar seguir siéndolo fuera de él.