Como narrador, Joseph Conrad sintió
la necesidad de transmitir toda la poesía de un mundo que se desvanecía,
el mundo de la navegación clásica, de los veleros y la aventura,
de las últimas grandes exploraciones, del color local que podía
hallarse en aquellos rincones donde no había llegado ningún
explorador blanco a «fisgar»; y todo esto quiso hacerlo sin
ocultar que ese mundo, todo el mundo, era brutal y despiadado, que estaba
sometido a las leyes inflexibles del mercado, al prosaísmo del rendimiento
del capital, a la arbitrariedad despótica de los poderes locales
y los imperios. De este conflicto nace una de las reflexiones más
ricas sobre la condición humana, sobre sus límites y aspiraciones.
En los tres relatos que se reúnen en este libro (Juventud,
El
corazón de las tinieblas, En las últimas)
el autor quiso recoger parte de estas experiencias. Propone el novelista
al lector una curiosa alegoría sobre las tres edades del hombre:
la juventud, la madurez, y la vejez. El corazón de las tinieblas,
eje en torno al que gira lo más significativo de estas experiencias,
habla al lector de la oscuridad que rodea al individuo, pero le habla también
de la oscuridad que anida en su propio corazón.