Un espectro deambula por este relato: el de la aristocracia, esa clase distinguida que canibaliza a sus representantes y olvida que lo ha hecho apenas los ha fagocitado. Como escribió Pedro Serra en su revelador estudio sobre el libro, Los caníbales es «la alegoría de un cuerpo político victimizado por la Historia», devorado por la burguesía. Dentro de la maquinaria implacable del capital, en «una sociedad que literaliza sus discursos figurados», parece que ya no se pueda más que comer y ser comido.
Esta obra supone, por su modernidad, un caso impar dentro de la ficción portuguesa del siglo XIX. El narrador va desmantelando sistemáticamente la urdimbre del relato, generando así un irreverente antitexto repleto de humor negro. En un lenguaje paródico, entremetiéndose con habilidad entre el lector y la trama, desplaza con maestría el foco de atención: del misterioso vizconde a la infausta Margarida, y de esta, al controvertido don João. En 1988 el texto sirvió de base al premiado largometraje homónimo del director Manoel de Oliveira.