El mismo día, 7 de agosto de 1944, Martín y su joven hijo Martintxu (o Mattin, para su cuadrilla de amigos laburdinos) salen de casa con idéntica misión: acabar con un tigre. La diferencia es que cada uno de ellos lo hace desde puntos distantes entre sí varios miles de kilómetros, a donde les ha conducido su situación de exiliados de la Guerra Civil. El adulto se encuentra en Los Llanos venezolanos. El niño, en Larresoro, en el País Vasco del estado francés. La pieza que debe cobrarse Martín es un jaguar devorador de hombres, el «tigre» de las narraciones y leyendas populares de toda Latinoamérica. El de Martintxu, un imponente blindado alemán, un Tiger, el más poderoso de los carros de combate que participaron en la II Guerra Mundial. Ninguno de los dos lo hace de buen grado, sino obligado por las circunstancias. A lo largo de toda una jornada, padre e hijo se enfrentan a su enemigo, mientras recuerdan su pasado y se evocan el uno al otro.