La idea del destino, el azar, la fatalidad, el vacío existencial, el fracaso y la infelicidad es una constante en las películas de Haneke. Su universo representa una anomalía territorial, cerrada y asfixiante, donde los personajes salen de esa cárcel que es el mundo y que, a la vez, es la vida. Paradójicamente, su estilo ofrece la singularidad de su sistema: Haneke construye sus relatos con el rigor de un científico, capaz de estudiar y colocar sus fotogramas y fragmentos como si los hubiera inspeccionado no en la moviola, sino en un perfecto e inexorable microscopio, además de cuestionar el cine quitándole poder al espectador y devolviéndoselo mediante la reflexión.